Comanche Segunda parte

agosto 10, 2022

Este cuento titulado Comanche forma parte de 14 historias publicadas en el libro Aquellos: Narcocuentos mexicanos, disponible en Amazon. En la entrega anterior Fito decide acompañar al Jabalí a ese rancho de Padilla Tamaulipas para despojar al propietario, alguien a quien solo llaman viejillo.

Aquellos

…Dos camionetas llegaron puntuales a mi cantón, en una venía el Venado, la Chachalaca, el Oso, el Pazguato y otros chavillos nuevos. Yo me subí a la troca del Jabalí, que andaba con la Coneja, el Zorro, la Bisagra y un notario que se parecía mucho a un político que seguido entrevistaban en los noticieros. La Bisagra me quitó la pistolilla que nos daban a los comanches para patrullar, me dio una erre nuevecita. Sintiéndome picudo, hasta pensé decirle al jefe que me ascendiera a sicario, pero aguanté vara, no era el momento, primero lo primero.

Salimos de Ciudad Victoria y cargamos gasolina en Güémez. Los batos que nos despacharon se quedaron de a seis al vernos con las armas terciadas. Por esas fechas todavía no era común andar de paletosos, de hecho, hay quien dice que mi generación fue la que le dio al traste al negocio por andar haciendo esas y otras mamadas. ¿De a cuánto fue el daño?, les preguntó el Jabalí. No, no es nada, no es nada, tartamudeó el despachador con las manos arriba. ¿Cómo que no es nada, pendejo?, ni que fuéramos ratas, le dijo en corto; luego nos gritó: ¡bájense, culeros, denles su tablita!

El Zorro brincó al instante, llevaba dos tablas como de a metro y medio que sacó de quién sabe dónde, con agarraderas y un buen de agujeros para que filtraran el aire a la hora de los putazos, se quedó con una y la otra se la dio a la Chachalaca. La Coneja y los chavillos se lanzaron a quitarles los pantalones y las trusas a los pobres batos, los amarraron con mecates a las bombas para que los torturaran. Todavía me acuerdo de lo gacho que les quedaron las nalgas y hasta me da cosa.

A pocos metros de los chingazos estaba una señora montada en triciclo vendiendo pan, avena y café, prefirió voltearse rumbo al monte y ponerse a fumar haciéndose la desentendida. Bueno ya, ya párenle a su furia, dijo el Jabalí a carcajadas y nos invitó a desayunar con la señora.

La mujer sirvió las avenas y los cafés en vasos desechables, sin alzar la mirada nos abrió la canasta de pan y nos puso un paquete de servilletas encima de las conchas. Estaba toda silenciosa y a cada rato se limpiaba las manos en su mandil, se me hace que sudaba. Cuando le llegó el turno de responder al ¿de a cuánto fue el daño?, no titubeó en decir la cifra. ¡Ándese paseando en Güémez, doña vergas!, usted mera si sabe cobrar lo suyo, chamba es chamba y no se vale andarla regalando, hasta le voy a dejar un quinientón por abusada, y no me tomo una selfie con uste nomás porque no puedo salir en el mentao internet, le dijo el Jabalí con tono de burla aventándole el billete encima de la canasta. Ella murmuró bajito palabras que nadie entendió, seguía mirando el suelo, levantó una mano y nos echó la bendición, o eso quiero creer.

El Jabalí y el resto se fueron al baño. Los despachadores, todavía sujetados a las bombas y golpeados a madres, ni voltearon a verlos. El viento frío de noviembre parchaba mi cara. Me subí a la troca para resguardarme del airecito y esperar a mis compas.

       Agarramos camino. El notario no paraba de dar instrucciones por teléfono. Todavía me resuena la voz chillona del fulano, instruía sobre trámites y papeles que debían irle preparando sus chalanes para que la donación quedara lista el lunes. La Coneja se detuvo de un jalón, sentí un hueco en el estómago. Casi me paso, jefe, dijo sin recibir respuesta. Sentí las cosas algo tensas, un tipo de incomodidad. Se echó en reversa y enfiló hacia una verja que al ponerle las altas decía Rancho San José. Me tocó abrirla, el silencio que escuchaba no era normal, era un silencio muy quién sabe cómo… Continuará.