Dulces sueños

septiembre 4, 2022

Procopio tenía sueños y vivía para realizarlos. Sufrió un fracaso amoroso. Dejó de soñar; dejó de esforzarse en realizar sus sueños, y por tanto dejó de vivir. Ahora ya no vive. Sobrevive, nada más. Ahora la vida le queda grande. Lleva una lápida. Muchos que han muerto siguen vivos en el recuerdo. Procopio, que parece vivir, ha muerto ya; yace.

Facundo, ensoñador, sueña suave, dulce y tierno a la mujer que le da la mano y él la toma y la besa levemente; ella sonríe. Mientras sueña posee una sensación de paz, de amor y luz sin remordimientos. Luego vuelve a soñar, buscándola, para demostrarse a sí mismo que no ha muerto. Dejará de sentir interés por una dama cuando esté en un ataúd.

Facundo sueña que le dice palabras bonitas llenas de emoción a la soñada: “Tus ojos son el sol del mundo. Cuando los abres amanece el día. Tan luminosos son que el otro sol, aquel que en el oriente se levanta, debe cerrar sus ojos deslumbrado por la luz de tu mirada”. Cuando regrese el sueño, preguntará a la amada: “¿Te acuerdas…?”.