La toga o capa negra de terciopelo, que simboliza seriedad, solemnidad y respeto al sistema judicial, atuendo originario de la antigua Roma, sinónimo de autonomía e independencia, se ha visto lacerada por palomas mensajeras y halcones amenazantes en el catorceavo piso de la Avenida Insurgentes Sur 2417, colonia San Ángel, Alcaldía Álvaro Obregón, CDMX.
Los juzgadores llegan puntuales a la sala de espera con la boca seca, pálidos, desencajados, angustiados. Una vez revisados bolsas y bolsillos, sin celulares ni dispositivos, ingresan a un misterioso cubículo con miedo e incertidumbre. Aparece el operador, la mano derecha del superior, para sensibilizarlos indebidamente sobre resoluciones relevantes o prioritarias.
Por las buenas, adscripciones favorables, beneficios políticos, ratificaciones o sobres amarillos; por las malas, hacerles la vida imposible con cambios de adscripción, responsabilidades administrativas, suspensión del cargo o anticipar retiro. Decoro y convicciones éticas sucumben ante chantajistas profesionales por la compra de justicia y pérdida de la confianza. Qué triste.
