Ovalle comienza el séptimo capítulo de su libro con una frase del poeta Walt Whitman que dice: “Me veo en todos los hombres, y ninguno es más ni menos que yo”, expresión que sintetiza la evolución de la conciencia individual del “yo” al “nosotros”, interioridad, mente, alma o espíritu que crece y se trasforma con el tiempo en permanente simbiosis del sí mismo.
No sólo somos barro e instintos, inercias o reacciones, reflejos o impulsos, sino la exigencia de trascender, una invitación a ir más lejos y más alto, es decir, pasar de un ser biológico a un ser humano integral, saber que hay otras realidades y otras perspectivas y que todas merecen respeto. “Amo a mi familia, pero no es la única; admiro mi cultura, pero no es la única”, diría.
El esfuerzo deja su marca en el ADN. La actitud y la conducta dejan huella. No somos títeres de los cromosomas, también somos sus moldeadores. No puede concebirse un abrazo más íntimo entre el ser y el deber ser. Por ello la sinergia que subyace en la palabra GEN-ÉTICA. Elemental cordura es no tocar a nadie con la idea de la pequeñez. ¡Ser incluyentes y creativos!