“Luz, más luz”, son las últimas palabras que plasma Ignacio Ovalle en el noveno y último capítulo, mismas que sugiere o recomienda como lema de vida, pronunciadas por Goethe al morir, creador y trascendente, triunfo de la conciencia, valor humano tan importante como la inteligencia ética, la sabiduría para la convivencia que brinda sentido de autoestima y dignidad.
Exalta la gloria inmensa de ser útil, la conciencia de que no sirve para vivir quien no vive para servir en la actividad creadora, armónica, amorosa y moralmente comprometida, de quienes gozan su quehacer con arrojo y convicción, siempre en el lugar y el momento perfectos para alcanzar la expresión suprema de nuestro ser, una paz que llega al despertar la razón.
Nos invita a vencer el más insidioso de los vicios: la pereza mental. Cuando no hay metas ni nuevos aprendizajes, nos resignamos a ser únicamente entes repetitivos, sujeto de pobreza moral, indolente e indiferente. Resalta la propiedad terapéutica de servir a los demás. La verdadera dicha es la dicha compartida. “Dar, dar y más dar” dice Ovalle. “Démonos con alegría”.