José Guadalupe Rocha Esparza
A pocos meses de nacer, antes de que balbuceen las primeras palabras, los niños identifican las cosas señalándolas con el dedo. En ese gesto no está implícita aún la inteligencia. Ese dedo infantil solo está movido por la voluntad. Lo señalo, existe, lo quiero, parece que quieren decir esos tiernos seres recién llegados a este mundo. Desde la cuna señalan esos juguetes.
En nuestra cultura el dedo índice tiene distintos significados, todos imperativos. Con ese dedo erguido se nos amenaza, se nos acusa, se nos inculpa, se nos indica el único camino a seguir. Ese gesto lo usan como señal de autoridad los moralistas, los políticos fanáticos, los censores, quienes poniendo el debo sobre los labios nos advierten que callemos ya.
He aquí la forma en que el dedo infantil, que en su momento fue creativo, acaba convertido en un poder para engullirte y aniquilarte, relinchos de arrogancia con el flamígero dedo índice. Es más cómodo y más rápido cuando la gente obedece sin pensar o reflexionar tan solo al pronunciar la frase: “lo que diga mi dedito”. Y si te crees libre, te meten el dedo en el ojo.