Hace 50 años encabezó la fundación del INFONAVIT un servidor público que se entregó a México, que sintió un enorme orgullo por la gente que lo acompañó y a la que pudo formar. Lo suyo era más que un empleo. Seguía un llamado, el impulso del deber. Nunca pasó desapercibido. Identidad de color, inconfundible vozarrón, grandes dotes de orador y sentido del humor.
Jesús Silva-Herzog, patriota, entregado e impecablemente honesto, más allá del cuidado del patrimonio público. Lidió contra la trampa y el abuso, la intriga y la envidia, los intereses y las ambiciones. Repugnaba la genuflexión, la cortesanía, los alardes de la opulencia y la frivolidad. Inspiraba confianza, ajena a lo fatuo. Modesto, respetuoso de la verdad.
Chucho, para los amigos, sabía reír y reírse de sí mismo. Nunca conoció el resentimiento. Enfrentó retos extraordinariamente complejos. Por más grave que fuera la dificultad, la broma y el aliento salían al rescate. Había que mofarse del infortunio y confiar en que pronto saldría el sol. En los 14 años que serví al INFONAVIT, Silva-Herzog fue referente propio, ejemplar.