Todos los días son santos, pues todos tienen santidad de vida. Pero a esa cotidiana santificación se añade la católica, que hace de esta semana una Semana Santa. Gentes dadas a las melancolías de la nostalgia, extrañan el luto de antes, tan luctuoso, tan triste: la visita del pésame a la Virgen; el recorrido de las Siete Casas; los espejos cubiertos con lienzos morados.
Días santos de aquel ronco estridor de las matracas que suplían el silenciado canto o el tañer de las campanas vocingleras; días de poner en un rincón los tiestos llenos de flores coloridas y las jaulas de pájaros canoros eran llevados al traspatio o caballerizas para que no se oyeran en las habitaciones sus alegres y regocijados trinos. Morigerada Cuaresma.
En algún sitio del mundo se entristecen porque Cristo sigue sangrando. Sangra cuando aquel hombre golpea a la mujer. Sangra cuando un pobre muere de hambre y de frío sin que ninguno remedie su necesidad. Sangra cuando llora esa anciana que sufre dolor de soledad. Sangra cuando aquel niño no puede jugar porque ha de pedir limosna por piedad para comer.
