José Guadalupe Rocha Esparza
Son pocos los políticos con rango de estadista que han llegado a la cima y una vez jubilados, cuentan con la ilusión y la energía necesarias para estrenar una carrera literaria que ponga de manifiesto un pensamiento político que se caracterice por su originalidad y valentía, arriesgado al pronunciarse con opiniones propias, por controvertidas que hayan sido.
Helmut Schmidt, el quinto canciller alemán de 1974 a 1982, pragmático y representante de la “realpolitik”, anglófilo, defensor de la amistad germano-rusa, fumador empedernido y agudo polemista, se ganó a pulso el haber sido considerado un mago en la solución de situaciones críticas, saltándose normas y convenciones para evitar males mayores, asumiendo su costo.
Decía Schmidt, antes de morir a los 96 años que, para ejercer el poder con eficacia, y a veces con dignidad, hay que estar permanentemente dispuesto a perderlo. Ángela Merkel lo definió como “una institución política”. Willy Brandt lo nombró Ministro de Defensa y de Hacienda. Editor y columnista del “Die Zeit”. Sin Helmut, un mundo vacío, dijo H. Kissinger.