Debemos llamar las conductas delictivas e inmorales por su nombre, no con disimulos para encubrir delitos evidentes o velos de santidad a todas luces indebidos, volviéndose lo bajo o soez hasta gracioso, como aquel tipo “Layín” que robó poquito. Un delito es un delito, no una equivocación, ni una ficción para justificar acciones de personas inmorales y delincuentes.
Dícese que no se soborna, se agilizan trámites o se aceitan maquinarias; no se roba o hurta, se abusa de la confianza; no se mata, se elimina; no se despoja, se nacionaliza; no se discrimina, se reserva el derecho de admisión; a los empleados no se les despide, se les deja ir; no se insulta, se ejerce la libertad de expresión; las mujeres no dan a luz, se alivian.
No es lo mismo suavizar el lenguaje para hacerlo más amable que tratar de esconder la realidad encubridora de ilegalidades, corrupción y contubernios con total impunidad, donde quedan desactivados los códigos de ética por comportamientos deleznables e innombrables. Algunos no son iguales; son peores. Los borrachos ricos se ponen alegres; los etílicos pobres, pedotes.
