En San Miguel el Alto, joya arquitectónica de los Altos de Jalisco, nació un orador nato el 28 de octubre de 1878, el gran tribuno de relevantes cualidades que subyugaba y rendía, hombre alteño, el de más fácil palabra, acaso, que México haya conocido en mucho tiempo, abogado discutidor y sonoro polemista, a quien se le conoció como el “Príncipe de la Palabra”.
José María Lozano Rábago, fallecido el 7 de agosto de 1933, era de voz metálica, que tenía resonancias de campana de bronce, golpeada por un badajo de oro. Prodigioso de elocuencia, ademán, gesto y acento, capaz de rajar almas de granito y corazones de pedernal, deslumbrante a primera vista, como las estatuas de Fidias, de verbo exuberante y grandilocuente.
Lozano decía que la mujer todo lo transfigura y ennoblece, porque es de inagotable manantial, edénica fragancia e instintiva belleza, iluminada con halos de blanca y tibia claridad. Su Eros es de rosas y cándidos mirtos, irresistible magnetismo, candorosa doncella, amante leal u olvidadiza, encantadora, musa fascinante por el solo prestigio de su lámpara interior.