En Egipto, el antiguo y grande Egipto, comenzó la historia. Menfis y Tebas, Apolinópolis y Hermópolis; Abidos y Tentira, Heliópolis y Sais, Mendes y Bubastis, Tanis y Pelúsium, fueron entre otras más las poderosas y florecientes ciudades del alto y bajo país en sus 22 distritos del valle del Nilo. Todas desaparecieron. La suerte de Babel y de Nínive se consumó.
Centros del poder, del lujo y del saber; famosos puertos y mares limítrofes. Allí donde se alzaron magníficos palacios y guardaron el tesoro de reyes poderosos. Allí donde se encontraban las aulas de un colegio de sabios. Allí donde el navegante egipcio saludaba las patrias costas, cargado con las riquezas de Etiopía y del Asia y otros comerciaban con los fenicios.
Allí donde los príncipes extranjeros desembarcaban los presentes destinados a los soberanos faraones Narmer, Keops, Quefrén o Mentuhotep. De aquellos lugares de antigua magnificencia, sólo quedaron las mansiones de los muertos, complejos funerarios, sepulcros, tumbas, imponentes pirámides y los santuarios o templos erigidos a sus dioses.
