La tercera esposa del Emperador Claudio en la Roma clásica, Mesalina, de aquella dinastía de escándalos, asesinatos, conjuras más demencia, entre Tiberio, Calígula y Nerón, se convirtió en una mujer poderosa tal como Cleopatra, Agripina y Popea, joven de excepcional belleza, que desató su ninfomanía, volviéndose prostituta imperial bajo el seudónimo de La Loba.
Mesalina prefería un lecho barato a la cama real, lupanar en el barrio de Subura, donde ejercía con una peluca rubia, desafiando a todas las meretrices de Roma para ver quién era capaz de atender a más hombres a lo largo de una noche en la tapicería gastada de su propia cámara. La más cercana competidora de la depredadora sexual, Escila, acabó rindiéndose.
Mesalina fue sorprendida en su bígama relación con el senador Cayo Silio y numerosos amantes por el liberto Narciso, razón por la que, dubitativo, Claudio le ordena suicidarse sin éxito, pidiendo clemencia la reina hetaira. Un centurión la ajustició, aconsejado por Tácito, decapitándola a los 23 años de edad, “porque su alma estaba corrompida por la excesiva lujuria”.