osé Guadalupe Rocha Esparza
Volar era algo romántico, una vivencia única, placentera y privilegiada, experiencia de vida desde ser tratado con deferencia por una especie de mayordomos de uniforme hasta ver feliz las nubes como un espectáculo irrepetible, donde se podía fumar y recibir exquisitas viandas de avión, servida por las auxiliares de vuelo o bellas azafatas, incluyendo aperitivos.
En la agencia de viajes, el único lugar con acceso privilegiado a un mundo oculto de compañías y destinos exóticos, donde expedían los boletos en varias hojas de papel carbón. El pasaje de vuelta se guardaba en lo más recóndito del doble fondo de la maleta, por el pánico de perderlo. Aquello fue un mundo antiguo. Hoy los viajes aéreos se democratizaron: “low cost”.
Volar ahora es relativamente barato, pero encogido con las rodillas en el esternón durante dos horas. El vecino de asiento se quita los zapatos. El pasajero de delante recuesta su asiento para aplastarte. El azafato vende hasta billetes de lotería. La gente prefiere pasillo y muchos ni miran la ventanilla; otros hablan a gritos por su celular. Viajeros sumisos: hagan fila.
