En México somos proclives al pensamiento mágico, arraigado a nuestra forma de ser, surrealista, religioso y hasta supersticioso que fascinamos a los extranjeros con momias, ánimas, vampiros, zombis y extraterrestres, pócimas y ritos milagrosos, astrología, ovnis, fenómenos paranormales e incluso la viva emoción que domina a la razón en las elecciones políticas.
La creencia colectiva es, muchas veces, una coraza para la razón, un halo en el que se anida aquello en que se quiere creer y se desecha, sin análisis racional, lo que contradice nuestros credos: amuletos para espantar la mala suerte, espejitos milagrosos, esconder a las embarazadas de los eclipses, clavar cuchillos para ahuyentar la lluvia o esperar la conjunción de Piscis.