San Pablo, hijo de hebreos, solo vivió para predicar a Cristo y sufrir por Él. Murió martirizado bajo el reinado de Nerón. Sus viajes están narrados en los “Hechos de los Apóstoles”, monumentos de doctrina, donde han abrevado Padres y Doctores de la Iglesia. En las frases de sus Epístolas, rebosantes de luminosa actualidad, son mensajes del espíritu al mundo.
Nacido en Tarso de Sicilia, exclamaba: que todo se haga decorosamente y con orden; que los ricos no muestren sentimientos de altanería; que cada quien obre según sus capacidades; que el justo viva de la fe y que para Cristo Jesús no hay excepción de personas, decía ante las multitudes de Jerusalén, que se alzaban en contra suya durante la Era Cristiana.
Advertía: quien no quiera trabajar, sino solo mariposear, tampoco coma; quien trabaja con sosiego, coma su propio pan. Pedía caridad sin fingimiento, llorar con los que lloran, vencer al mal con la fuerza del bien y manifestar amor fraterno de unos con otros, ejercitando la hospitalidad. “Quien siembre mezquinamente, mezquinamente también cosechará”, dijo.
