San Clemente de Alejandría, pagano e hijo de padres que también lo eran, se sintió atraído al cristianismo por la elevación y pureza de la evangélica moral practicada por los fieles en virtudes cotidianas, consagrándose en armonizar filosofía, teología, ciencia y fe. La moral que enseña es una moral social. Escribe para los hombres que viven en sociedad, no solitarios.
Dice que el oro y la plata, lo mismo pública que privadamente, son bienes que excitan la envidia, difíciles de guardar y usar. Sugiere que todo cuanto hay en casa sea conforme al instinto cristiano, persona, edad, ocupaciones y tiempo. Los gastos para vanos deseos no tienen razón, sino perdición. Absurdo vivir entre deleites, mientras los más están en la miseria, señala.
Quienes tributan a los ricos discursos encomiásticos merecen ser juzgados como aduladores, gentes serviles, impías e insidiosas, en vez de ayudarles e iluminarles para el uso bueno y generoso de la honesta riqueza, galardón de la vida eterna. La riqueza es para servir, no para mandar. Son las pasiones las que no permiten hacer el mejor uso de ella, dice el protéptico.