San Agustín, el más célebre de los Padres de la Iglesia Latina, nació y murió en África. Profesor de retórica en Milán, insigne filósofo de profundos pensamientos, elocuente orador, obispo de Hipona, sencillo escritor, autor de “La Ciudad de Dios”, “Confesiones”, “Soliloquios”, entre otras obras. Se consagró a combatir las herejías de su tiempo, abjurando del maniqueísmo.
“¿Qué son los grandes reinos, sino grandes pandillas de ladrones?”, se preguntaba. “¿Qué son los pequeños reinos, sino pactos de adhesión entre un jefe y gobernantes para repartirse el botín con normas establecidas?”. Decía que este mal crece con el concurso de gente perdida, ocupa pueblos y toma ilustres reinos, sin menguar la codicia, apropiados de la impunidad.
“Llamamos dichosos a los príncipes que reinan con leyes justas, que no se ensoberbecen, que emplean el rigor para la corrección y lo compensan con la suavidad de la clemencia”, decía. Sentenciaba: “Ama y di lo que quieras. Ama y haz lo que quieras”. Advertía: “Si das el pan de mala gana, has perdido a la vez todo mérito y el pan”. “Vivamos bien el buen tiempo”, dijo.