Un joven de 28 años, procedente de Suecia, se presentó ante un grupo de banqueros parisinos y afirmó, con aire dramático: “Tengo un aceite capaz de hacer estallar el globo terráqueo”. Ese aceite estimulante, llamado nitroglicerina, bautizado después como dinamita, fue el invento explosivo de Alfredo Nobel, químico e ingeniero, fabricante de cañones y armamento.
A los 38 años, producía anualmente 2 millones 730 mil toneladas en 15 fábricas establecidas en 4 naciones extranjeras, mismas que podían ser transportadas de manera fácil y segura, toda vez que hubo de lamentar previamente 4 explosiones accidentales trágicas, que costaron la vida a 90 personas, así como la muerte de su hermano Emilio en mayo de 1864.
A los 40 años, célibe, se volvió un hombre solitario, melancólico, de pocos amigos y dado a la ironía, que resuelve dejar su fortuna de 9 millones de dólares para que formasen un fondo destinado cada día 10 de diciembre a quienes se hubiesen distinguido más por sus esfuerzos en pro de la paz, la ciencia y la literatura como salvavidas para genios a punto de ahogarse.