Después de la Dinastía Flavia, Domiciano fue aclamado emperador romano en el año 81, un principado caracterizado de política autocrática, tanto como Tiberio, Calígula y Nerón en excesos, crueldades y menosprecio al Senado, vacío de toda diplomacia, decencia y condescendencia, monarca autoritario que se consideró a sí mismo como déspota afable, benevolente.
Domiciano se apartó de sus predecesores, gobernando a extremos inéditos sin el apoyo de los aristócratas, granjeándose el odio y el desprecio más absolutos por vicioso, depravado, imprudente, propenso al enfado, retraído, traicionero, impulsivo, artero, amoral, excesivo y enemigo confeso de los desobedientes. Erigió su propia estatua ecuestre de seis metros de altura.
Se adjudicó muchas decisiones, atribuciones que ejerció a fondo. Pretendió que se le llamara dominus et deus, señor y dios. Popular entre los soldados, les incrementó sus salarios. Luego asesinado y condenada su memoria, supresión de su nombre por gobernante aberrante, distante de la moderación, que mereció ser olvidado y nunca como modelo de buen líder.