El poder político es una sustancia peligrosa. Salva o mata, dependiendo de sus dosis. Igual sucede con sus imitaciones, tales como la fama, la riqueza, el encargo o, simplemente, el parentesco. Sobredosis de adrenalina hace que los poderosos, potentados o prepotentes “pierdan piso” por su notoriedad o trastornarse en el enojo por su frustración.
Un ministerio, una gubernatura, un escaño o súbita curul puede ser perjudicial para la salud, especialmente la emocional. Pasar del menosprecio a la admiración aduladora, de las burlas al ficticio aplauso y de la insignificancia a la popularidad fugaz, sin la inteligencia de entenderlas, puede embriagar o producir la caída, el coma o la muerte.
Así como algunos neopolíticos confunden inédito con insólito, otros la legalidad con la legitimidad o la popularidad con la gobernabilidad. Para evitar descomponerse o marearse en un ladrillo, se aconseja tres cápsulas de “ubicatex” (sic) al día para no deslumbrarse ni aficionarse al triunfo. Cuanta más sencillez, seriedad y humildad, mayor sabiduría.