Cagancho era el mote de Joaquín Rodríguez, gran torero sevillano, hijo y nieto de gitanos, ojos verdes y tez aceitunada, apodado así porque de niño le decían cagachín, pájaro más pequeño que el jilguero, dado que cantaba muy bonito, además de vender ganchos de alambre para ropa que su padre hacía. Gritaba: ¡A cinco reales ca’gancho! o cada gancho.
Cagancho, agraciado caballero, vestía con elegancia en el ruedo y fuera de él, ídolo de los aficionados, pero más de las aficionadas, y aun de las que no lo eran, primer torero que trazó la verónica con las manos bajas o desmayadas; languidecía los brazos cuando embestía el toro; callaba la plaza, el reloj se detenía y luego se oía el clamoroso olé, olé y olé.
Cagancho,1903-1984, personaje de leyenda por únicas genialidades y espantadas, dio lugar a dos acepciones: quedar como Cagancho en Las Ventas o quedar como Cagancho en Almagro: faenas memorables que alborotan la alegría del público o hacer las cosas verdaderamente mal y en público. Cagancho, el mejor y el peor de los toreros, pero inmortal.