Alicia Esparza, mi madre, próxima a los 88 años, debe someterse a un extraño trámite de infinitas invenciones, oscuros recovecos, confusos laberintos e innumerables variaciones, que van más allá de la remota fe de bautismo, papeles en regla e historia clínica favorable: una prueba de vida. Es decir, demostrar que sigue viva para que el “sistema” no la excluya.
Licha Rocha debe contar con un teléfono inteligente, capaz de leer la información contenida en un código QR, tanto como llevar a un restorán su propio microondas, celular con suficientes aplicaciones para no morir en vida por la falta de un dispositivo con pantalla táctil que detecte las huellas dactilares de nuestra progenitora, con algunas líneas perdidas por los años.
Por lo tanto, todos los adultos mayores debemos estar digitalmente actualizados en la tecnología de lo nuevo, cuya dinámica se rige por la caducidad y la obsolescencia, no solo de sus productos, sino también de los usuarios. Todos los días se inventa algo que excluye a una generación. Así que, ante el agravio a la vejez, una vejez actualizada, “touch screen”.
